La categoría de vinos dulces suele confundirse, ya que el consumidor difícilmente imagina la dificultad que conlleva lograr alguno de ellos. Entre los distintos estilos podemos ubicar los denominados encabezados o fortificados, que tienen alcohol añadido. Esta práctica tiene origen y es típica de países que históricamente vendían y transportaban en barco sus vinos al exterior y era necesario conservarlos para estabilizarlos.
A un mosto en una etapa de fermentación nula, intermedia o avanzada, se le puede añadir alcohol etílico, y conservar parte del azúcar natural de la
uva, puesto que el alcohol es un antiséptico que impedirá a la levadura
completar su proceso fermentativo.
En el mundo vitivinícola podemos distinguir algunos nombres genéricos como las mistelas, que no llevan fermentación y sin embargo entran en la categoría de vino.
También son emblemas de la categoría el porto, blanco o tinto pero siempre dulce, y el jerez, que normalmente es seco, y cuya particular capacidad de crianza es conferida por el alcohol añadido. Otros referentes son los madeira, también en Portugal, o los tradicionales marsala del sur de Italia.
Denominaciones de origen como las nombradas dieron cabida a productores de todo el mundo a incursionar y ofrecer localmente bebidas similares y de gran aceptación.
Para maridar hay imbatibles como el chocolate amargo, turrones, frutas pasas o confitadas. Los vinos dulces de cepas blancas son buenos compañeros de las tartas de frutas cítricas, duraznos o frutas rojas. Por contraste, los vinos dulces de buena acidez o alcohol son deliciosos con quesos azules salados y cremosos. La oportunidad de consumo se ve en ocasiones limitada a un final de comida, por lo que es muy atractivo descubrirlos en la carta de postres y tentarse de pedirlos por copa.
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